Después del 11-S, el 85% de los afectados se recuperó del trauma sin necesidad de intervención profesional, el 75% mantuvo síntomas de estrés postraumático al mes del suceso y a los seis meses quedaba menos de 1% con daños postraumáticos.
Determinadas situaciones ponen al límite nuestras capacidades y nos obligan de nuevo a replantearnos los grandes interrogantes vitales.
La resiliencia es un concepto que proviene de la física y que seguro que en nuestra Escuela es bien conocido por una gran mayoría. En el mundo de la ingeniería se mide esta capacidad de los materiales que, tras soportar un impacto, resisten la deformación y la rotura y recuperan su estado original.
Aplicado al mundo de la psicología, podría ser definida como la capacidad que tiene cada persona para “superar las dificultades y los reveses de la vida, sin quedarse atrapada en el sufrimiento y el dolor, y salir fuerte y airosa de esa vivencia”.
La resiliencia no es una cualidad que se posee o no se posee. Es una cualidad de grado: se puede tener en mayor o menor medida. Una vez más, la buena noticia es que podemos mejorar nuestra capacidad de afrontamiento a las adversidades.
Me gustaría rescatar dos ideas de Rafaela Santos – Presidenta de la Sociedad Española de Estrés Postraumático y del Instituto Español de Resiliencia – quien en su libro Levantarse y luchar. Cómo superar la adversidad con la resiliencia. escribe: “En la actualidad se ha instalado en nuestra sociedad la cultura de la queja, que supone un empequeñecimiento de nuestras posibilidades de superación […] las quejas son los ladrones de la felicidad”. Más adelante también explica que “Querer huir o evitar el sufrimiento propio o ajeno es perder la oportunidad de crecer y fortalecerse”. Nos invita a aceptar el dolor como parte de la vida y tratar de sacar el máximo de aprendizajes posibles del mismo.
Esta fortaleza psicológica empezó a estudiarse con niños que habían sufrido una infancia difícil. El término de resiliencia se popularizó por el psicoanalista judío francés Boris Cyrulnik; con seis años consiguió escapar del campo de concentración de Auschwitz en el que perdió a su familia. En su libro Los Patitos Feos, una obra de referencia sobre la resiliencia, defiende que por muy mala que haya sido nuestra infancia y las carencias que hayamos tenido, nuestra vida no está escrita y depende de nuestra capacidad para superar las adversidades. Introduce una perspectiva esperanzadora y descarta la perspectiva determinista del ser humano. Defiende la libertad de poder elegir y aprender a gestionar situaciones perturbadoras.
La Dra. Santos señala que “la mayoría de la gente se recupera de un acontecimiento traumático después de un periodo de disfuncionalidad, pero las personas resilientes bien no pasan por ese período o bien lo acortan”. Según ella, las cuatro etapas del proceso de resiliencia serían las siguientes: adaptarse, sobreponerse, recuperarse y superarse. Y como os señalaba en artículos anteriores, la búsqueda de sentido y la aceptación – en este caso a ese sufrimiento – son elementos fundamentales para poder transitar estas fases reduciendo las secuelas emocionales.
¿Cómo son las personas resilientes? Las características que tienen en común todas ellas son las siguientes:
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